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LIBRO: «Into Thin Air» («Mal de altura»), Jon Krakauer

Les confieso una cosa: la primera vez que leí un libro sobre gestas de alpinismo y supervivencia en grandes altitudes fue hace más de 15 años con el libro de Fernando Garrido 7000 metros. Diario de superviviencia. Dos meses solo en la cumbre del Aconcagua (del que se puede leer un extracto y ver un par de fotos aquí y aquí) y les aseguro que fue de esas lecturas tan intensas que se encuentran entre las más memorables de mi vida. Próximamente intentaré hacer una reseña con el fin de dar más a conocer esta enorme gesta que ya se encuentra entre las más grandes de la historia del alpinismo. Tras la lectura de este libro de Fernando Garrido pasó mucho tiempo hasta que volví a meter las narices entre las páginas de una obra sobre montañeros, mal de altura, tormentas imprevistas, bajas temperaturas, etc. Entonces un día me acordé de 7000 metros y me decidí a buscar lecturas similares. Así es como di con Into Thin Air, traducido al español como Mal de altura. Esta especie de crónica (el autor la llama relato personal) Jon Krakauer nos cuenta los hechos ocasionados antes y durante el accidente que el 10 de mayo de 1996 se cobró la vida de 12 montañeros que intentaban escalar el Everest.

Krakauer fue invitado a participar en la expedición «Adverture Consultants», liderada por Rob Hall, con el fin de escribir posteriormente una crónica de la escalada para la revista online «Outside». El líder de la expedición era uno de los guías más prestigiosos del momento: el especialista en el Everest Rob Hall. Sin embargo, el grupo estaba compuesto por alpinistas con diversos grados de preparación y experiencia, varios de ellos meros aficionados que habían intentado la cumbre sin éxito en anteriores ocasiones y que tenían un oficio convencional. Aquel día también pretendían hacer cumbre los integrantes de la expedición rival «Mountain Madness», liderada por el igualmente prestigioso y competitivo Scott Fisher, y que al igual que la de Hall, estaba compuesta por clientes con escasa experiencia en montaña. Krakauer narra con detalle el orden de los acontecimientos y no duda en poner de manifiesto la inexperiencia de varios de sus compañeros de expedición que fallecieron y de otros escaladores que ese día pretendían llegar a la cumbre del pico más alto de la tierra. Asimismo pone en tela de juicio algunas de las decisiones que el líder de la expedición, Rob Hall, tomó durante aquella jornada, como por ejemplo no haber insistido más en que si los escaladores no lograban hacer cima antes de las 14:00 h debían obligatoriamente darse la vuelta. Esta sincera opinión del autor le ha granjeado no pocas críticas por parte del público en general y de los familiares de los fallecidos, quienes incluso llegaron a acusarle de no haber hecho los esfuerzos necesarios por ayudar a sus compañeros.

La jornada se complica precisamente porque a las 14:00 h del 10 de mayo de 1996 sólo unos pocos escaladores han conseguido llegar a la cumbre, Krakauer entre ellos. Hall hace cima con los más rezagados a las 16:00 h, una hora extremadamente peligrosa porque implica descender con las bombonas de oxígeno prácticamente vacías y al caer de la tarde, momento en el que la visibilidad se complica y las temperaturas bajan. Algo que todos los montañeros experimentados saben que es de una elevadísima peligrosidad. Por eso se piensa que la decisión de Hall de no darse la vuelta con los clientes fue imprudente e inexplicable. A todo ello hay que añadirle que poco después de que Hall coronara con los rezagados se desató una inesperada y fortísima tormenta. Krakauer estaba en ese momento llegando al campo 4, pero a los compañeros que iban detrás de él les pilló todavía muy cerca de la cima. La temperatura descendió en picado, la ventisca redujo al mínimo la visibilidad y borró las cuerdas fijas y el rastro dejado durante el ascenso.

Krakauer critica duramente también el comportamiento poco empático y algo temerario del escalador Anatoli Bukréyev, guía de la expedición de Scott Fisher, que supuestamente abandona a sus clientes durante el descenso. El escalador kazajo logró hacer cima sin bombonas de oxígeno, algo que según Krakauer no debía haber hecho para no ver mermada su capacidad física, ya que él era uno de los guías, y por tanto responsable, de la seguridad de los clientes de Fisher. Sin embargo, aunque fue uno de los primeros en descender, lo fue también para recoger provisiones y salir al rescate de los rezagados en un gran alarde de fortaleza y sacrificio en el que consiguió encontrar y llevar al campo 4 a tres de ellos. Bukréyev ha publicado su propia versión de los hechos en The Climb un libro que se considera una réplica directa a los ataques formulados contra él por parte de Krakauer en Into Thin Air.

Aquel día murieron en la montaña Rob Hall, Scott Fisher y otros seis escaladores, y cuatro más fallecieron durante los días posteriores a consecuencia de la hipotermia.

Aparte de lo dicho, Into Thin Air también pone el punto de mira en el problema de la comercialización de la montaña. Todos los años en los campos base de las principales montañas del mundo se aglomeran cientos de tiendas. Muchos de los que hacen cumbre en el Everest cada año son abogados, dentistas, empresarios que pueden permitirse un lugar en las carísimas expediciones (en 1996 el precio a pagar para intentar escalar el Eversest era de 50.000 dólares), pero que no tienen experiencia en montaña. De ese modo, esta afluencia de novatos, llamados con justicia «clientes», y el mismo flujo creciente de escaladores cada año propician atascos en ciertos tramos de escalada. El peligro no es sólo la misma montaña. El peligro lo conforman ahora principalmente los mismos candidatos primíparos que hacen cualquier cosa por conseguir la foto en la cumbre, esa foto que están deseando colgar en su cuenta de Facebook.

Independientemente de si lo contado por Krakauer es fiel a la realidad el libro me ha gustado mucho y me ha sorprendido por la cantidad de detalles en la narración. A pesar de que el mismo autor asevera que la ausencia de oxígeno y el cansancio le sumieron en un estado similar a la ensoñación, las ansias por recordar lo que ocurrió de una forma objetiva se ven reflejadas a lo largo de todas las páginas. Y me parece que el resultado es más que aceptable. Ahora tengo pendiente la lectura de Bukréyev, The Climb, para conocer la otra cara de la moneda.

Dificultad lingüística: media tirando a alta. La ventaja que encuentro en esta crónica es que está tan bien escrita que aunque haya pasajes de difícil comprensión es difícil perder el hilo narrativo. Como siempre, un buen diccionario y paciencia en esos pasajes complicados son la garantía para disfrutar de esta apasionante narración.

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